lunes, 28 de diciembre de 2015

SOBRE LA REGIÓN DE TRANSILVANIA POBLADA POR TEUTONES, SÍCULOS Y VALACOS.



La región de Transilvania está situada al otro lado del Danubio y antaño la poblaron los dacos, nación fiera y famosa por las muchas derrotas que infligió a los romanos. En nuestra época habitan en ella tres razas: teutones, sículos y valacos. Los teutones, recios y duchos en la guerra, son originarios de Sajonia y reciben en su lengua la denominación de “sibenburgenses” porque viven en siete ciudades. Los sículos se cree que son los más antiguos de los húngaros, los primeros de todos los que desde la antigua Hungría vinieron a esta comarca. Por esta razón, aunque cultivan los campos con sus propias manos, dedicándose a la agricultura y la ganadería, se les considera pese a todo nobles. Cuando se cruzan se saludan unos a otros llamándose “noble señor” y no pagan tributo salvo el año que se corona el rey de Hungría. Ese años, todos y cada uno de los padres de familia entregan al rey de Hungría. Ese año, todos y cada uno de los padres de familia entregan al rey los bueyes que sean necesarios para contemplar un número que dicen que sube de sesenta mil. En cambio si los ponen en pie de guerra y no obedecen, lo pagan con la pena capital y la confiscación de sus bienes. Los valacos son de estirpe itálica, como poco después explicaremos. Pese a ello, pocos hombres ilustrados hallarás en Transilvania que desconozcan la lengua de los húngaros.
La Europa de mi tiempo.
Eneas Silvio. Siglo XV.


lunes, 14 de diciembre de 2015

VALAQUIA



Valaquia es una región bastante extensa que arranca de Transilvania y llega hasta el Ponto Euxino. Casi toda ella es llana y falta de agua. Su parte meridional la marca el Istro, la septentrional la ocupan los roxolanos, llamados hoy en día rutenos, y hacia el río Dniéster se halla la raza nómada de los escitas que al presente llamamos tártaros. Esta tierra la poblaron antaño los getas, aquellos que pusieron en fuga de modo deshonroso a Darío el hijo de Histapes, capturaron vivo al rey Lisímaco y causaron en Tracia muchas matanzas. Al final, fueron domeñados y destruidos por los ejércitos romanos. Una colonia romana, para que mantuviera a raya a los dacos, se instaló allí bajo el mando de un tal Flaco, por el que vino a llamarse Flaquia. Luego, al correr de los siglos, se corrompió como suele el vocablo y vino a parar en “Valaquia” y en lugar de flacos sus habitantes recibieron el nombre de valacos. La lengua de esta nación es todavía romance, pero muy alterada y apenas inteligible para el nacido en Italia. Hubo por estos tiempos nuestros en Valaquia dos facciones, la de los danos y la de los drágulas. Estos últimos, como eran menos fuertes que los danos, que los maltrataban de mil modos, llamaron en su ayuda a los turcos y con el apoyo de sus ejércitos aplastaron a los danos casi hasta el exterminio. Pero Juan Huniades, contando con el poderío de los húngaros, les prestó apoyo, si bien aquello no fue tanto redimirlos como ganar fama y riquezas ya que, en beneficio propio y de sus herederos tomó posesión a perpetuidad de los campos rescatados del turco. Los valacos pueblan también algunas islas del Istro, entre las que se cuenta Peuce, famosa entre los antiguos, y asimismo tienen asentamientos en Tracia. Parte de Valaquia está sometida a los turcos y parte de los húngaros.
La Europa de mi tiempo.
Eneas Silvio. Siglo XV.


jueves, 10 de diciembre de 2015

EUROPA ¿UN PROYECTO IMPOSIBLE?



Europa (un simple apéndice de la gigantesca Eurasia) es un imposible, un proyecto frustrante, destinado al fracaso. Un aborto, un no nato. El inglés va a lo suyo. El alemán lo quiere todo. El húngaro es húngaro. El belga son dos belgas. El eslavo es muchos eslavos. El francés es francés. Y el español, ni siquiera sabe lo que quiere ser. Los españoles somos una pequeña Europa, dividida en dos bandos antagónicos, inmiscibles e irreconciliables; azules y rojos (transmutados también en morados y naranja), católicos y ateos, monárquicos y republicanos, donde el catalán es catalán, el gallego gallego, y el murciano, murciano, y sentirse español es una rémora del fascismo más trasnochado. Demasiado ego (como cantaba Charli García, un europeo nacido en otro continente). Demasiadas personalidades (cada una con sus propios vaivenes emocionales) para ser integradas en un proyecto común viable. Por no hablar de la Europa extracomunitaria – casi enteramente balcánica – destinada, por desgracia, a un conflicto interminable (otra tierra que jamás conocerá la paz), Serbia, Bosnia i Herzegovina, Montenegro, Albania, Kosovo y Macedonia, y dos potencias (exiguas, agotadas, anquilosadas y enfrentadas) que nunca han tenido muy claro si eran europeas, asiáticas, ambas cosas o ninguna, el gigante ruso y el indefinible otomano.

Ni el Sacro Imperio, ni la Hansa, ni la Unión Europea (heredera de un más práctica y realista CEE) poseyeron nunca la credibilidad suficiente. Muchos intereses particulares, un bien común utópico, una pretendida unión basada en fuerzas centrífugas, comandadas por gerifaltes paletos incapaces de ver más allá de los límites de su feudo (léase coto particular de caza). Son esos mismos que dibujan fronteras con sangre (desterrando la tinta y la palabra) mientras que un pueblo indolente (y acrítico) las cree, las acepta como propias y las defiende a muerte. Un pueblo tan obeso que se volvió impotente, tanta grasa y no se nos levanta. (Ni luchamos, ni fornicamos).

La cacareada Pax Romana devino en torre de Babel, más diversa, más libre, más auténtica. Murió Roma, que había nacido matando, cimentando un imperio sobre cráneos masacrados, destruyó la heterogeneidad e impuso la primera globalización. Murió el emperador y el Papa se sentó en su trono. Los dioses con pasiones humanas, que tenían nombres y apellidos, apetitos y decepciones, sucumbieron ante la luz divina (e impersonal) de un dios todopoderoso. Murió Roma y resucitaron (mejor dicho despertaron) todas las atávicas diferencias entre Septentrión y el Mediterráneo, entre la Gran Llanura y los pequeños valles, entre Poniente y Levante, entre los campesinos y los jinetes nómadas, entre la nobleza y la burguesía. Sobre cuerpos descompuestos y tradiciones olvidadas (e inventadas) fueron surgiendo feudos, reinos, coronas, estados y a partir del siglo XIX, de la mano del Romanticismo, los nacionalismos (racistas, intolerantes y xenófobos). Era necesario encontrar en los libros de historia aquellos elementos que nos hacía diferentes (y mejores) que los vecinos. Si no aparecía, los reinventábamos. La creencia radical, irracional y fanática en esos nacionalismos causó más muertes (y las sigue causando) que cualquiera de las grandes religiones. Entre 1914 y 1945 caminamos al borde del abismo, estuvimos a punto de aniquilarnos. Tras la tempestad llegó la calma, se creo la CEE y como ahora estaba feo el odiarnos (y decirlo), trasladamos las enconadas rivalidades de los campos de batalla a los campos de fútbol. Los hooligans ataviados con pinturas de guerra, enseñas y cánticos, llevan setenta años paseando por la ultramoderna Europa, la creencia vigente (le pese a quien le pese) que ser inglés es mejor que ser alemán, que España fracasó en su intento de invadir el Reino Unido o que los albaneses no apoyaron a los serbios en la celebérrima batalla de Kosovo (1389).


Quien lea esto pensará (con razón) que estoy exagerando, que el futuro no es tan oscuro, que el ser humano es mejor ahora que hace cien años y que el sueño Europeo es factible. Sin embargo, mi esencia nihilista y pesimista (en lo relativo al progreso humano) me hace pensar que lo que nos mantiene unidos, no es la afinidad ni la buena voluntad ni la solidaridad, sino el egoísmo, una pizca de miedo y sobretodo tener el estómago lleno. Solo espero que no volvamos a pasar hambre y sentir en mis carnes que tenía razón.  

miércoles, 2 de diciembre de 2015

SARMIZEGETUSA ULPIA TRAIANA.




Colonia Ulpia Traiana Dacia Sarmizegetusa, situada a los pies de las impresionantes montañas carpáticas, es la ciudad romana, con nombre dacio, por el emperador Trajano. Aquí asentó el hispalense a sus veteranos de la guerra dáciaca, y la convirtió en la capital de la provincia. Trajano nació en Itálica, muy cerca de Sevilla, y fue el primer provinciano en ser proclamado emperador en Roma. Una vez sentado en el trono decidió agrandar el Imperio y acometió la conquista de la agreste tierra de Dacia, a grandes rasgos, la Rumanía actual. Sin tener necesidad de tanto, yo, un chico gaditano, me conformo con seguir algunas de sus huellas por Dacia. 

Trajano cruzó el Danubio al frente de sus legiones, destruyó la fortaleza de Decébalo en los montes Orastie, y robó su nombre. ¡Malditos vencedores!. Ahora su colonia, su nueva fundación se llamaba igual que la principal ciudad de la Dacia. De esta manera en la Rumanía actual conviven las ruinas de dos ciudades llamadas Sarmizegetusa; la capital de Decébalo y la colonia de Trajano.


“Ubicunque vicit Romanus, habitat”, con esta certera afirmación (que la historia pudo convertir en una máxima) Séneca condensó el pilar básico de la romanidad: allí donde los legionarios consiguen la victoria, el romano planta su hogar. Y para transformar una tierra extraña y hostil en hogar construyen ciudades a imagen y semejanza de la Urbs, Roma.


El emperador quiso compensar el gran esfuerzo y los enormes gastos que supusieron la conquista de Dacia, con una rápida, eficas y total asimilación del territorio recién conquistado con una intensa romanización. Estas poblaciones de nueva planta serán el principal vehículo para era integración dentro del mundo cultural latino. “Roma en este territorio se va a caracterizar fundamentalmente por ser el motor impulsor de un proceso urbanístico al estilo mediterráneo sin precedentes en la zona, que no había vivido un fenómeno semejante, salvo por la presencia de algunas ciudades de tradición griega en las inmediaciones del mar Negro” (Bermejo Meléndez y otros; Trajano fundador. El último impulso colonizador del imperio).


El legado de la zona, y primer gobernador de la provincia, Decimus Terentius Scaurianus fundó en el año 106, la Colonia Ulpia Traiana Augusta Dacica Sarmizegetusa, no en la montaña, sino en la llanura, en un estratégico nudo de comunicaciones, asentando en ella a los veteranos de las guerras dácicas. Sarmizegetusa es la única ciudad fundada por Trajano en Dacio, y es en la actualidad la mejor conocida del país. Desde un principio se convirtió en un símbolo de la presencia romana en la región y cuando, con la provincia pacificada, el poder político imperial basculó hacia Apullum, la Colonia empezó a destacar como el centro aglutinador del culto imperial.


El territorio circundante a esta urbe se articulará en pagi – una unidad administrativa que forma parte de una colonia o municipio - y numerosos vici – poblaciones que surgen de forma espontanea, desempeñando un papel decisivo en casi todas las fundaciones posteriores de Roma en Dacia. En ese sentido destaca el desarrollo de la población de Apullum, que terminaría siendo la sede del gobierno provincial, y con la que siempre mantuvo una recurrente rivalidad.


Foro, muralla y anfiteatro, los mismos elementos en todos los rincones del Orbe Mediterráneo, incluso en regiones tan alejadas como esta, al norte del gran río Danubio. Sarmizegetusa con 22'5 hectáreas presenta el típico trazado en torno a dos ejes perpendiculares, el Cardo y el Decumano. Paseando por sus ruinas podemos distinguir claramente dos áreas perfectamente delimitidas, una al estilo del campamento de la legión rodeada por una muralla, y otra que se extiende más allá de los límites que marcan esos muros.


Una vez que hemos pasado por taquilla lo primero que nos encontramos es el anfiteatro que acogía las luchas de gladiadores, sin duda el edificio más espectacular de cuantos se mantienen en pie, con capacidad para cinco mil espectadores. Los juegos circenses eran a la antigua Roma lo que el fútbol a nuestro mundo. 


El complejo lúdico se completa con una escuela de gladiadores y un pequeño templo dedicado a Némesis. De la misma forma que el torero reza en la capilla antes de saltar al coso, el fornido gladiador se arrodilla ante Némesis en los momentos previos al combate.


En la época de las invasiones, mucho tiempo después que Roma se replegara y abandonase Dacia, los habitantes utilizaron el anfiteatro como fuerte para defenderse de las incursiones de los godos, de forma similar a lo que sucedió en los anfiteatros de Arles o de Cartagonova. El resto de edificios de la ciudad, como en tantas ruinas, sirvieron de cantera. Los vecinos venían aquí para hacer provisiones de piedra y sillares para levantar otras construcciones. En esa ocasión la acción humana aceleró el proceso de ruina.


A escasos metros del anfiteatro encontramos un área con tres templos, dedicados a Liper Pater, una divinidad itálica asimilado a Dionisio, protector de las vides, a Esculapio, protector de las artes médicas y la basílica del Templo.


El perímetro de la muralla acoge en su interior un trazado ortogonal que es estructura a partir del cardo y el decumano, y que tiene en el foro su centro neurálgico. Las excavaciones realizadas han permitido probar la existencia de tres foros superpuestos construidos con materiales diferentes: mármol, piedra y madera. Alrededor de este espacio se disponían los edificios típicos: la basílica, la curia, el aerarium, el tabularium y diferentes estancias para los diversos collegia que existían en la población.


El palacio del procurador provincial de la Dacia Apulensis fue uno de los edificios más importantes de Sarmizegetusa. En el edificio se disponían varias diferentes estancias como oficinas, que contaban con un sencillo sistema termal.


En el interior de la muralla se ha podido constatar la existencia de varias domus e insulae, así como hasta unas quince villas en los alrededores del núcleo urbano. Y como en todas las ciudades romanas no podían faltar las omnipresentes termas.


Roma crea un desierto y lo llama paz. Trajano y sus legiones destruyen la capital de Dacia, la auténtica (sagrada y regia) Sarmizegetusa, enclavada en los Cárpatos, y una vez sometida la región, fundó otra Sarmizegetusa, esta vez en la llanura, para regalar un hogar a sus esforzados veteranos. Sarmizegetusa Trajana fue desde su origen el eje principal de la presencia romana en la Dacia, que andando el tiempo devino en elemento imprescindible para la forja de la personalidad y la nacionalidad rumanas.