Cuando
entré al comedor el desayuno estaba preparado; pero no pude
encontrar al conde por ningún lugar. Así es que desayuné solo. Es
extraño que hasta ahora todavía no he visto al conde comer o beber.
¡Debe ser un hombre muy peculiar! Después del desayuno hice una
pequeña exploración en el castillo. Subí por las gradas y encontré
un cuarto que miraba hacia el sur. La vista era magnífica, y desde
donde yo me encontraba tenía toda la oportunidad para apreciarla. El
castillo se encuentra al mismo borde de un terrible precipicio. ¡Una
piedra cayendo desde la ventana puede descender mil pies sin tocar
nada! Tan lejos como el ojo alcanza a divisar, solo se ve un mar de
verdes copas de árboles, con alguna grieta ocasional donde hay un
abismo. Aquí y allí se ven hilos de plata de los ríos que pasan
por profundos desfiladeros a través del bosque.
Pero
no estoy con ánimo para describir tanta belleza, pues cuando hube
contemplado la vista exploré un poco más; por todos lados puertas,
puertas, puertas, todas cerradas y con llave. No hay ningún lugar, a
excepción de las ventanas en las paredes del castillo, por el cual
se pueda salir.
¡El
castillo es en verdad una prisión, y yo soy un prisionero!
Bram Stoker.
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