viernes, 20 de marzo de 2020

LA ÚLTIMA MORADA DE VLAD "EL EMPALADOR"




De Vlad Tepes –Vlad “el empalador” como también se le conoce– se han escrito miles de líneas en artículos y libros, además de rodarse infinidad de películas y documentales. Por ello, no pretendemos nuevamente narrar su conocida historia sino abrir una puerta de acceso al pasado para encontrarnos cara a cara con este hijo de los Cárpatos, inspirador, según dicen, del personaje central de la famosa novela escrita por el dublinés Bram Stoker, Drácula. Esta obra fue publicada en 1897, y ha sido reeditada en incontables ocasiones y traducida a multitud de idiomas, ayudando a difundir así la creencia en el mito del inmortal bebedor de sangre, señor de las tinieblas, de las criaturas de la noche y de la lejana Transilvania…


El hogar de la bestia

Nuestra primera parada en tierras rumanas la realizamos en Sighisoara, lugar donde Vlad vino al mundo entre los años 1430 y 1431 –no hay una fecha exacta–. Lo hizo en una casona situada en el centro del pueblo, propiedad de su padre Vlad Dracul. Su progenitor adquirió el apelativo Dracul –dragón o diablo– debido al emblema que éste portaba tras ser nombrado caballero de La Orden del Dragón por Segismundo I de Luxemburgo, organización cuya finalidad era la de combatir a los infieles turcos. En esta casa Vlad Tepes vivió los cuatro primeros años de su vida, hasta 1435.

Sighisoara es una ciudad medieval situada a 230 km al noroeste de Bucarest. Fue fundada por alemanes a fines del siglo XIII, que la construyeron alrededor de un castillo situado en lo alto de la montaña. La ciudadela es la mejor preservada en la inhóspita región de Transilvania. Actualmente accedemos a la casa natal de Vlad caminando por las callejuelas que conducen al centro histórico –Patrimonio de la Humanidad desde 1999– al tiempo que nos vigila la Torre del Reloj, cuya construcción data del siglo XIV. Ésta es hoy un museo con una buena colección de objetos. Con sus imponentes 64 m de altura, es el emblema de Sighisoara y se halla situada muy cerca del hogar de Vlad Tepes, por lo que debió contemplar los primeros pasos del mandatario. Alrededor, minúsculos comercios ofrecen amablemente desde tazas de café hasta camisetas con la efigie de nuestro anfitrión, Vlad Draculea.

Una iglesia de los siglos XIII al XIV –la gótica Bergkirche– domina parte de la vieja ciudad y, en su interior, lo frescos de caballeros con armadura rescatando a damas en peligro harán que la imaginación de muchos se traslade a tiempos pasados. Las viejas lápidas alemanas de la iglesia y el cementerio contiguo son simplemente fascinantes.

La casa donde Vlad Tepes nació y vivió sus primeros años, situada en la Plaza Muzeului, consta de tres plantas. La primera es actualmente una especie de taberna en cuya minimalista decoración –mesas y asientos de madera coronados por unos candelabros de pared– no hay rastro de alusiones a nuestro protagonista. Sin embargo, subiendo a la segunda planta, volvemos a toparnos con ese familiar rostro de nariz aguileña, motivo de nuestra singular andadura. Ya en esta planta encontramos un busto de gran tamaño en color oro viejo, un mural en el que el rostro de Tepes se halla sobre los tejados de la hermosa Sighisoara, conocida como “la Perla de Transilvania”, y el emblema de la Orden del Dragón en una versión actualizada de la misma. Y frente a esta memorabilia, un gran salón, que se dice fue el cuarto de nuestro príncipe convertido ahora en sala de comensales en la que además de sillas y mesas, platos y demás enseres, un nuevo busto y un cuadro del voivoda –príncipe– hacen acto de presencia en cualquier tipo de celebración. Un fresco de la época representando al que parece un guerrero de la época sobre una de las paredes en estado original, sin pintar ni enyesar, permite durante una fracción de segundo acariciar al mito en la sobrecogedora estancia: aquí, dicen, nació Vlad “el empalador”.

En la misma plaza donde se encuentra este inmueble, justo enfrente, contemplamos otro edificio conocido como “La Casa Veneciana”, debido a la forma de los marcos de sus ventanas, de clara inspiración en el gótico veneciano. Esta casa aparece en el film de Joe Chapelle Vlad, El Príncipe de la Oscuridad, largometraje que hace un intento por mostrar la cara más amable e histórica de este personaje.

Marchamos de Sighisoara sin mirar hacia atrás pero manteniendo en la memoria una de las últimas imágenes grabadas en la retina, la estatua de Vlad Draculea que encontramos en otro de los maravillosos rincones de esta pequeña ciudad. Una imponente representación de su cabeza con rasgos no del todo definidos en la que destaca, como siempre, su larga y ondulada cabellera, quizás símbolo de su fuerza, de su eterna omnipresencia en la tierra que le vio nacer.

La fortaleza de Drácula

Marchamos visitando otros puntos de interés, recreándonos en las paradas de la ruta alternativa que el Drácula literario nos ofrece –como el Paso Borgo o el hotel restaurante Corona de Oro en Bistrita, entre otros–. Poco después llegamos a la fortaleza de Poienari, reconstruida por Vlad Tepes sobre los picos de las montañas Fagaras, una de las residencias que el príncipe utilizó. Recordemos que Tepes ostentó el poder en tres ocasiones –en 1448, de 1456 a 1462, y en 1476, poco antes de morir–. Actualmente poco queda del castillo, aunque hay rumores de una posible restauración. Para acceder a sus muros debemos subir 1.400 angostos y primitivos escalones, y una vez arriba, pagar a un lugareño entrado en años que se ha convertido en el guardián del castillo. Allí, con la visión del valle a nuestros pies, se siente una gran emoción al pisar un suelo con tanta historia, al poder acercarse a lo que queda de unas almenas que han sido parte de la misma, e imaginarnos a Vlad, como dicen algunas historias, obligando a los nobles a reconstruir esa fortificación “hasta que la ropa se les cayera hecha girones”; nobles que habían acabado con su padre y su hermano mayor Mircea, y a los que odiaría de por vida.

Cerca de allí, en la aldea de Arefu, no muy lejos de la fortaleza de Poienari, se dice que para mantener viva la memoria del príncipe, ciertas noches y alrededor de una fogata, los descendientes de los servidores de Tepes siguen narrando las leyendas que heredaron sobre el temible príncipe.

Poienari no se parece en absoluto al hermoso y cuidado castillo de Bran, que muchos tours venden como el castillo Drácula, situado en el camino Brasov-Cîmpulung. Si Vlad llegó alguna vez a estar allí fue durante un corto espacio de tiempo, y de paso hacia algún otro lugar; incluso como prisionero del rey de Hungría Matías Corvino. La inexpugnable fortaleza de Poienari refleja paradójicamente la misma inexpugnable fuerza de Vlad; ambos resisten al tiempo y al olvido.

El misterio de Snagov

La capital de Rumania está rodeada de numerosos lagos. Uno de ellos es el de Snagov, situado a 40 km de la urbe, donde existe un monasterio. Y precisamente ahí, dice la tradición, está enterrado Vlad.

En Snagov se respira todavía una atmósfera llena de misterio; ya de por sí, llegar al monasterio no resulta nada fácil. En primer lugar, el sitio donde se supone está enterrado Vlad no permanece siempre abierto, por lo que previamente hay que ponerse en contacto con el sacerdote –recordemos que este lugar de culto es ortodoxo, el mismo tipo de fe que profesaba Vlad–. Además, hay que conseguir que alguien nos proporcione una lancha para acceder a la isla donde se halla situado. Y, como ya hemos apuntado, también se necesita un medio de transporte para llegar al punto donde nos recogerá la embarcación, pues es todo un laberinto de caminos que hay que conocer bien hasta llegar a las orillas del lago. En caso de solucionar los tres problemas principales, ya puede dar comienzo la aventura…
Así pues accedemos a las lanchas mediante un contacto en el club náutico. A mano derecha, conforme avanza la embarcación, vemos una edificación que debió de pertenecer al dictador Ceaucescu y que, dicen, está construida en la misma zona donde Vlad poseía una de sus residencias. De hecho, una de las últimas teorías sobre su muerte afirma que fue en dicho lugar donde un noble lo asesinó. Por esa razón se encontraría enterrado en Snagov, por la cercanía del lugar y también por la seguridad del enclave frente a supuestas profanaciones.

La lancha nos deja en un pequeño embarcadero que se halla en el centro del lago. Unos cuantos pasos firmes tierra adentro y el visitante se encuentra con la iglesia, rodeada de abundante vegetación y más pequeña en su interior de lo que aparenta en un principio. La puerta principal de la misma, de madera maciza, muestra un par de cruces ortodoxas. Nada hace pensar que en su interior es posible que esté enterrado todo un mito, irónicamente un hombre cuyo sobrenombre es “Hijo del Diablo o Dragón” y cuyo método de castigo, de represión, era el empalamiento.

Allí, un corpulento sacerdote nos recibe con una cordial bienvenida; pocos viajeros llegan al lugar y nuestra visita era esperada. Éste no tardó, a través de nuestra guía y traductora, en iniciar una apasionada presentación en torno a la biografía de Vlad, mientras, al fondo, en lo más recóndito de la iglesia, la tumba de nuestro protagonista se encontraba iluminada por la llama de una vela encendida.

La tumba de un mito

En aquel momento ya sabíamos que el historiador Nicolae Serbanescu, en su libro Historia del Monasterio Snagov, escribió que en esta tumba sólo se encontraron huesos de caballo después de unas excavaciones. El autor relata que el príncipe, famoso por las guerras contra los turcos y por su crueldad, murió asesinado en 1476 a los 45 años y fue enterrado a escondidas por los monjes del monasterio.

Algunos rumores dicen que poco antes de que Stoker publicara su novela sobre el conde-vampiro, la tumba de Vlad fue profanada en 1875 y sus huesos enterrados en otro lugar que todavía no ha sido descubierto. Por aquel entonces, el máximo jerarca de la iglesia cristiana ortodoxa, el patriarca Filaret, había ordenado que fuera borrada la inscripción de la piedra sepulcral de Vlad, al que consideraba un criminal.

Los historiadores Nicolae Iorga y Dinu Rosetti, que realizaron excavaciones en la tumba en 1933, encontraron sólo huesos de caballo y un anillo con las armas de Valaquia –que se supone perteneció al príncipe– en el sepulcro del interior de la iglesia, según indica Serbanescu en su libro –aunque hay quien apunta que lo que hallaron fue un esqueleto y dos cráneos, ninguno pertenecientes al “empalador”–. A pesar de las afirmaciones de estos investigadores, que transmitimos al sacerdote, éste nos insistía en que todo eso era falso, y que Vlad Tepes se halla hoy día sepultado en ese lugar.

Es asombrosa la pasión con la que el prior nos contó lo que para él era la verdadera historia de Tepes mientras nos encontrábamos frente a su tumba. Admitió que la cabeza de Vlad fue cortada y llevada a Estambul para ser expuesta, pero que ahora ya estaba unida a su cuerpo en aquel sepulcro.

El final del viaje

Al abandonar la tumba de Vlad, antes de salir del monasterio, el visitante puede adquirir como recordatorio unas postales que el sacerdote vende. En ellas se muestra el retrato más conocido del personaje sobre el que destaca un sello de barro con el emblema de la Orden del Dragón; y en el reverso de las mismas, las fechas de su nacimiento y muerte entre unas frases en rumano que lo elogian.

La última visión del monasterio deja un sabor agridulce. Es la duda de que su cuerpo esté enterrado en estos parajes y, al mismo tiempo, la esperanza de que así sea para que finalmente hallen reposo eterno.

AÑO CERO. Diciembre 2005.


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