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Has
cambiado. Ya no te quiero. Lo mejor es que lo dejemos.
Llegó
una tarde y me lo soltó así, sin anestesia. Terminé de ver el
Padrino II, pues nunca he sido capaz de dejarla a medias, recogí mis
botas de montaña, el portátil, algunos libros, mi colección de
DVDs y abandoné la casa donde, durante unos meses, intenté ser
feliz.
No
sentí nada, indiferencia y desidia. Volví a casa de mi madre unos
días y pasé dos semanas revisionando las antiguas películas de
vampiros con las que tanto disfruté durante la infancia y
adolescencia. Hace un par de meses compré una FIAT Ducato de segunda
mano, la tuneé con un catre, una pequeña cocina, dos grandes
depósitos de agua y un transformador para poder cargar el móvil y
el portátil (siempre escribo desde el ordenador, me da pereza el
papel y el bolígrafo). Llevaba un mes en el paro, y aún me quedaban
otros seis meses de prestación. Por primera vez en dos décadas
tenía vacaciones pagadas. Como cantaba la chirigota de Juan Carlos
Aragón, los Antedeyesterday “no
es que no tengas trabajo, es que tienes libertad”.
Sin trabajo, prácticamente sin amigos, y con otro fracaso
sentimental a mi espalda, me proponía cumplir una de las grandes
ilusiones de mi vida.
Me llamo Pablo Rodríguez Maza y
voy a hablaros del conde Drácula. He pasado los últimos meses de mi
vida recorriendo Europa, buscando pistas, que me den respuesta a la
gran pregunta ¿quién fue realmente el Conde Drácula?. He navegado
por el Danubio, deambulado por las viejas calles de Bucarest,
caminado por perdidos senderos en los Cárpatos, visitado monasterios
e iglesias de madera, curioseado en bibliotecas y tiendas de
antigüedades en Venecia, me he sentido abrumado por la muchedumbre
londinense, explorado bajo el subsuelo de Budapest, he conducido
largas horas por carreteras infumables, donde el asfalto es un
auténtico lujo. . . .
Semanas de viaje y meses para dar
forma y poner por escrito todo este material. Es mi primer libro, así
es que espero disculpen mi inexperiencia.
Seguir
los pasos de un personaje nefasto y tan diabólico como Vlad el
Empalador, no es más que un viaje (sin retorno) a lo más profundo
(e interno) de nuestra propia conciencia. Al fondo de un corazón
lleno de costurones. Al igual que Harker comenzamos en este punto un
viaje iniciático, del que a buen seguro, vamos a concluir más
sabios. ¿Quéreis acompañarnos?.
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